El intento de definir los valores estéticos es casi una de las imposibilidades de la filosofía del arte. Mientras que los valores del arte se dan con plena evidencia a la intuición estética del artista o del contemplador, no sucede lo mismo cuando se trata de aprehenderlos racionalmente para determinar su esencia conceptual. En esto, los valores estéticos muestran que su cualidad sensible es alógica e irracional.
El primer intento fracasado al abordar este problema fue el de Platón cuando pretendió filosofar acerca de la Belleza. Al descubrir Platón la idea de lo bello establece su prioridad como principio normativo de los juicios de valor estético, pero deja indeterminado su contenido. A medida que aleja más la belleza de lo sensible para llevarla al mundo inteligible, su sentido concreto se va evaporando, hasta que convertida en Idea, nos aparece como una forma completamente vacía. Cualquier tentativa de repetir lo hecho por Platón tiene que llegar a idéntico resultado, es decir a una concepción puramente formalista del valor belleza. Ahora bien, el valor belleza no es un valor formal, sino un valor concreto, lo que es patente con sólo pensar que al llamar bellos a un poema, a una melodía o a un cuadro, en realidad se trata de cosas muy diferentes aun cuando las califiquemos con el mismo nombre. Lo que en estas cualidades aparece como esencial es precisamente lo que en cada caso las individualiza, no sus rasgos comunes. De ahí, pues, la dificultad de definir lo que es la belleza.

Por otra parte, el concepto de belleza tiene dos sentidos. En una acepción amplia se comprende bajo ese nombre toda la multiplicidad de los valores estéticos: la belleza de lo trágico, lo sublime, lo gracioso, lo elegante, etcétera. En una acepción restringida significamos por belleza un cierto valor estético concreto, por ejemplo, cuando nos referimos a la belleza de la figura humana tal como la entendieron los griegos, o los orientales, a los modernos, etcétera.
Este sentido multivoco complica más todavía la tarea de reducir el valor estético a una expresión racional. Pero ¿de dónde viene entonces la unidad que atribuimos al valor estético? Todos tenemos la convicción de que la poesía, la música la pintura, poseen esa cualidad común que llamamos belleza, por más que ésta sea objetivamente una cualidad muy distinta en esas artes.
Sin duda alguna esta convicción de la unidad de la belleza nos viene de que psíquicamente vivimos del mismo modo aquellas cosas tan diferentes, o sea, que ante éstas se produce en la conciencia la misma reacción espiritual. No fue tan descaminado Kant al buscar la definición de lo bello, en el sentimiento que ciertos objetos provocan en nosotros, sólo que aquel filósofo llegó a desconocer la objetividad de tal valor. Parece, en efecto, no haber otro camino para entender los valores estéticos que partir de las reacciones emocionales que corresponden a ellos, sólo que esto tiene el peligro de conducir, como sucedió a Kant, a un subjetivismo que niega la existencia de esos valores en los objetos mismos reconocidos como bellos. Sin embargo, esto puede ser superado si consideramos las razones siguientes. En primer lugar ya el mismo Kant señaló que nuestros juicios estéticos, son emitidos con la convicción de que tienen una validez general, es decir, que cuando califico a un objeto como bello no quiero significar que a mí me parece bello, sino que su belleza debe ser reconocida por todos aquellos que tengan capacidad para juzgar. Ahora bien, la validez universal de los juicios estéticos no se funda, como pensaba Kant, en ciertas condiciones subjetivas, como, por ejemplo, un sentido común de la belleza, sino al contrario en las condiciones del objeto. Si un cuadro es unánimemente considerado como bello es que en él deben residir cualidades objetivas, que a todo sujeto preparado para sentirlas le obligue a reconocerlas como bellas.
Schiller, quien considera a lo bello como lo que se da y nos complace en la mera apariencia.
Nicolai Hartmann cuando al ocuparse de la cuestión dice: "Los valores que se adhieren a los objetos estéticos no son en general valores de lo que es en sí, como acaso, los valores de bienes, los valores morales, sino valores de un mero objeto como objeto, de una apariencia como apariencia."
Hartmann dice que un rasgo peculiar de los valores estéticos que consiste en estar adheridos no a la realidad en sí del objeto, sino a lo que es el objeto para el contemplador.
Pero decir que los valores estéticos sólo aparecen en la relación sujeto-objeto, no significa que los valores estéticos sean subjetivos, sino simplemente, que son valores referidos a un sujeto. Los valores estéticos son valores que se realizan exclusivamente en la esfera de lo ideal a diferencia de los valores morales en que el deber impone hacerlos pasar de lo ideal a lo real. Para el espectador ni siquiera existe la exigencia de realizarlos, sino solamente la de ser reconocidos por medio de la intuición estética.
La estructura de una obra de arte es siempre compleja, pero es preciso, para que alcance su auténtico valor, que los elementos heterogéneos que la componen estén fundidos en una plena unidad. No obstante que una reflexión crítica posterior al momento de contemplarla la descompone en varias partes y hace recaer en ésta o aquélla el valor estético fundamental, en verdad el acto de la contemplación consiste en un sentimiento que vive el arte como un todo, como una unidad. Debe, entonces, concebirse la obra de arte como una estructura ideal en que primero es el todo y luego las partes, de manera que éstas no pueden valer aisladamente, sino sólo en función o correlación con el conjunto. Únicamente por abstracción puede hablarse del valor de la forma, del valor del contenido, del valor de la expresión etcétera. Lo cierto es que no puede haber valor estético fundamental si cada uno de los elementos que un análisis posterior separa, no se hallan armonizados en un todo compacto.

La unidad del valor estético de una obra determinada no excluye la existencia de una pluralidad de valores, al contrario, la exige, pues no se puede hablar de unidad donde no existe la variedad. La contemplación estética puede realizarse en diferentes grados de conciencia desde la vaga impresión del espectador impreparado, pero sensible al arte, hasta la intuición, enriquecida por el conocimiento artístico en el crítico.
La unidad original de la impresión estética se produce también en el espectador crítico, pero la conciencia de éste percibe las diversas calidades de la obra de cuya resultante surge su valor. La misma riqueza de su experiencia artística le permite captar los matices que individualizan los valores de cada obra y apreciarlos en toda su excelencia.Entonces aparecen en detalle los valores parciales de la obra, valores de la forma, del contenido, del material expresivo, de la técnica, y además de éstos, los valores de la personalidad del artista.
El valor estético predominante lo constituye tal vez la modalidad con que el artista utiliza y funde todos aquellos elementos en una unidad singular. Es justamente la personalidad lo que determina esa fusión de las calidades particulares en ese valor total que llamamos belleza.
Los valores estéticos son objeto de la consideración filosófica desde que la noción de lo bello adquiere conciencia en el pensamiento de los griegos, con un relieve prominente en los diálogos de Platón. En algunas épocas posteriores de la historia, la estética se ha identificado casi de modo exclusivo con la filosofía de lo bello. Pero la tendencia predominante en el pensamiento moderno en circunscribir la estética a la reflexión filosófica sobre todos los aspectos del arte y enfocar el tema de la belleza como uno de éstos. La ventaja de preferir este punto de vista es que se aborda el problema de la belleza directamente en el campo concreto del arte, y no como lo hacía la estética de lo bello en el terreno de la metafísica. Ahora bien, considerado desde el punto de vista del arte, lo bello no es una especie, sino un género, que abarca una pluralidad de valores estéticos, como, por ejemplo, lo dramático, lo trágico, lo cómico, lo gracioso, lo elegante, etcétera.
Los juicios estéticos a la hora de calificar una obra de arte se conocen como expresionesde sentimientos. Existen juicos estéticos y juicios lógicos.